Sin que se dieran cuenta

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Creo que la gente que no lee demasiado o que directamente no lo hace, no entiende del todo esa expresión que habla sobre que la lectura puede convertirte en mejor persona.

No quiere decir que leer mucho te convierta en una especie de ser superior, ni que se alcance ningún tipo de Iluminación leyendo novelas o poesía. Si la literatura tiene un poder y éste consiste en mejorarte de algún modo, lo hace a partir de la visión poliédrica que te ofrece de la vida, de las cosas.

No existe otro arte que te introduzca en la piel de un asesino, de un loco, de un ama de casa, de un soldado, de un astronauta abandonado a la altura de Júpiter con tanta profundidad.

En otras palabras, leer te hace ver cómo pueden llegar a suceder las cosas. Esto, que dicho así suena bastante a charla de futurología, es un algo que yo, como individuo, valoro bastante. Creo que unos cuantos saben de lo que hablo.

Pongo un ejemplo: Hace unos años, un colega me prestó un cómic. El cómic resultó ser la única novela gráfica que hasta la fecha ha ganado un Pulitzer. Maus. Tengo que reconocer que, aunque el ganador del Pulitzer es algo que habitualmente me la trae al pairo, aquello me provocó cierta intriga. ¿Cómo es un cómic que gana un Pulitzer?

Por si no conocéis la obra, va de un escritor (de hecho, es el propio autor de Maus, encarnado en ratón) que se dedica a escuchar y a transcribir la historia de su padre, un judío superviviente de los campos de concentración nazis. Todo ilustrado entre gatos, ratones y perros, según la nacionalidad de cada personaje. Dejando a un lado el hecho de que los dibujos son una gozada, Maus me enseñó una pequeña, pero importante lección de Historia.

Yo, alguna vez, me había preguntado: ¿Cómo es posible que los judíos y otras víctimas del Holocausto permitieran todo aquello? ¿Por qué no hicieron algo antes? ¿Por qué no se resistieron? ¿Por qué los vemos bajar de aquéllos mercancías en los documentales, como fantasmas, carentes de voluntad? ¿Cómo se llegó a ese punto?

Maus me lo susurró: Sin que se dieran cuenta. Fue revelador. En una serie de viñetas, se veía cómo poco a poco la guardia nazi, las SS, iban increpando cada vez más a la población judía. Empezaban con insultos, con xenofobia, con vandalismo y terminaban la faena con la ley en la mano. Sin que se dieran cuenta. Fue terrible descubrir aquello, pero también es terrible no descubrirlo nunca y estar condenado a repetirlo.

El caso es que estos días, con el asunto de Charlie Hebdo, de repente saltan a la palestra algunos personajes como Marine Le Pen pidiendo la vuelta de la pena de muerte, un grupo de impresentables en Alemania fomentando el odio hacia el musulmán por el hecho de ser moreno, y Rajoy saliendo a defender la libertad de expresión, cuando está intentando, por todos los medios, ponerle vallas a un campo sin tierra. Joder. Y a mí me acojona, porque sé que detrás de estos, hay gente que se viene arriba y les da la razón y, peor aún, va y les vota. Y cuando pienso en eso, me salta la alarma: Sin que se dieran cuenta. Sin que se dieran cuenta

Dicen que, como individuos, somos más inteligentes que como masa. Tal vez sea cierto.

Y tal vez, la solución sea más sencilla.

Tal vez sólo haya que leer más.

La caja de herramientas de Stephen King

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Nos guste o no, el tipo de la imagen es uno de los escritores más vendidos del siglo pasado. Posiblemente, el más vendido en su género. En casa, siempre le hemos tenido cierto estima. Recuerdo ver en las estanterías, ya desde antes de levantar dos palmos del suelo, tochacos como Tommyknockers, Cementerio de animales, It, Christine, Cujo, El resplandor y alguno más que seguro que andaba por allí y que mi memoria olvida.

Estos libros formaron parte de mi despertar literario y aún de cuando en cuando, si tengo ocasión, echo mano de bibliotecas e intercalo la lectura de alguna novela del señor King.

Hace años, el de Maine escribió un librito acerca del acto de escribir, titulado «Mientras escribo» (On writing)  en el que, además de dedicar casi la mitad del grueso del libro a narrarnos su «Curriculum vitae» (la narración de su infancia, sus pinitos en el oficio, sus problemas con el alcohol o las drogas, o el capítulo en el que cuenta cómo Carrie, -su primer gran éxito-, estuvo a punto de terminar sus días en la papelera de la caravana en la que malvivía, junto a su mujer Tabitha), también se dedica a ofrecer consejos de escritura a quien quiera escucharle. Aunque ya en el prólogo advierte: ‭«‬no quería escribir algo,‭ ‬corto o largo,‭ ‬que me diera la sensación de ser un charlatán literario o un gilipollas trascendental.‭» No es el caso.

Lo siguiente es un extracto, comentado por mí, del apartado titulado «Caja de herramientas«:

‭Como si se tratase de una entrega de Bricomanía, ‬King compara el oficio de escritor con el de un carpintero, un manitas o un chapuzas.‭ ‬Stephen aconseja crearse una caja de herramientas y «hacer músculo» para poder llevarla hasta nuestras páginas cada vez que haga falta usarla.‭
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¿‏Qué hay dentro de esa caja de herramientas‭?

‎HERRAMIENTAS DE LA BANDEJA SUPERIOR:

En la bandeja superior,‭ ‬donde están las herramientas más habituales, más básicas,‭ ‬estaría el vocabulario.‭ ‬El escritor nos da un buen consejo:‭ ‬Aprovecha lo que tengas,‭ ‬sin ningún sentimiento de inferioridad,‭ ‬ni de culpa.‭ ‬Como él mismo señala,‭ ‬Las uvas de la ira‭ ‬es una gran novela y está narrada en un lenguaje sencillo,‭ ‬sin palabras rebuscadas.‭

En la bandeja superior también está la gramática.‭ ‬Yendo a lo simple y a lo efectivo:‭ Toda frase ha de tener dos elementos imprescindibles:‭ ‬Nombres‭ (‬sujeto‭) ‬y verbos‭ (‬predicado‭)‬.‭ ‬

Aunque recomienda indagar y aprender en el arte de la gramática y la composición de oraciones con sentido,‭ ‬también advierte que la estructura básica‭ (‬nombre-verbo‭) ‬pone una red de seguridad bajo los pies de escritores no iniciados.‭ ‬Sobre gramática lanza unas pocas, pero importantes advertencias, como son:‭

-Evita la voz pasiva.‭ ‬Por pretenciosa.‭ ‬Por dejar a los personajes sin capacidad de actuación.‭ ‬Por poner el foco en el objeto de la acción,‭ ‬en lugar de en el sujeto que es quien la lleva a cabo.‭

-Otro consejo simple,‭ ‬pero efectivo que el escritor lanza al aire:‭ ‬Una idea compleja,‭ ‬partida en dos ideas más simples,‭ siempre ‬es más fácil de entender.‭  

-Por último:‭ Evita los adverbios.‭ «‬Son como dientes de león en el cesped, -dice-.‭ ‬Si no los arrancas de raíz,‭ ‬se multiplicarán como la mala hierba‭»‬.
Y añade:‭ ‬En ningún caso los uses como acotaciones de un diálogo.
‎    ‏-Suéltala,‎ ‏-exclamó amenazadoramente.‎
(Para esto, en los talleres literarios,‎ yo aconsejaba ‏hacer uso de acciones que ilustren el modo en que se diría algo, sin llegar a explicitarlo:
‎    ‏-Suéltala,‎ ‏-dijo,‎ ‏golpeando la mesa‭ ‬o‭ ‬-Suéltala,‭ ‬dijo clavando la mirada en sus pupilas.‭)

El señor King reniega, incluso, del uso de otros verbos de acotación que expresen el modo en que algo se dice: graznar, jadear, espetar...  Sugiere que si el diálogo es lo suficientemente claro, no necesitas aclararle al lector que el personaje está graznando, aullando o espetando.

King, de hecho, se decanta por el puro y duro‭ ‬-dijo-.‭
‎En cuanto a la atribución del dijo a un personaje concreto (-dijo X, -dijo Z), es claro en ese punto: sólo cuando no se tenga claro qué personaje es el que habla.

‎Ya que el señor King no es tu viejo profesor del colegio, ni está al acecho para darte una colleja si no haces las cosas como él manda, propone que tomemos con calma todas estas directrices. No son axiomas. Incluso entona un «mea culpa». Él hizo todo esto que ahora denuncia, en sus primeras novelas. Él rey del terror también es humano.

«Sólo te pido que te esfuerces al máximo, y ten presente que escribir adverbios es humano, pero escribir «dijo» es divino».

HERRAMIENTAS DE LAS BANDEJAS INTERIORES:

Forma y estilo: Stephen King propone un curioso ejercicio a realizar con la unidad inmediatamente más compleja que la frase: el párrafo. King dice: «Coge un libro al azar y observa la forma visual: los renglones, los márgenes, los espacios en blanco… ¿Qué tipo de libro parece? ¿Uno fácil o uno complejo? Identificaremos los libros fáciles porque los párrafos son cortos y las líneas de diálogo tendrán escasas palabras (Nota mía: Un libro de los fáciles no será aquel en el que necesariamente se expongan hechos simples), por otro lado, los libros difíciles tienen un aspecto más macizo, más apretado.»

«El aspecto de los párrafos es casi igual de importante que lo que dicen. Son mapas de intenciones.»

«Dentro de la narrativa, el párrafo es ritmo. Cuanta más narrativa se lee, más se da uno cuenta de que los párrafos se forman solos.»

King nos muestra un fragmento de texto y nos propone que reparemos especialmente en un párrafo. Uno breve. Éste:

«Big Tony se sentó, encendió un cigarrillo, se pasó la mano por el pelo.»

Como él mismo reconoce, normativamente, la frase incluso requeriría de una conjunción para estar bien escrita. Pero su brevedad y su estilo telegráfico otorga un ritmo especial al texto.

La fragmentación, -como él llama a este recurso- es muy útil «para estilizar la narración, generar imágenes nítidas y crear tensión, además de infundir variedad a la prosa.»

«El objetivo de la narrativa no es la corrección gramatical, sino poner cómodo al lector, contar una historia… y, dentro de lo posible, hacerle olvidar que está leyendo una historia.»

El resto de funciones que Stephen King otorga al párrafo son:
-Dirigir el foco de la escena (hacia qué acontecimiento dirige el narrador nuestra atención)
-Subrayar o definir (poco, pero provechosamente) a los personajes.
-Establecer el marco contextual de la acción.
-Generar un momento crucial de transición. (En el caso del ejemplo que pone King, la frase-párrafo «Big Toni se sento…» da pie a un contraste entre lo que estaba diciendo justo antes (que X es un tipo legal) y lo que dirá a partir de entonces (que, pese a todo, ojalá nunca lo hubiera conocido)).

Para Stephen King la unidad mínima narrativa es el párrafo. El párrafo tiene coherencia, no tanto en el caso de la frase, nos dice. Un párrafo puede tener dieciséis páginas o una única palabra, pero definirá el ritmo, la música.

¿Cómo dan sus frutos las técnicas de carpintería básica que nos propone? Práctica. Ensayo y error. Sólo así puede alcanzarse la maestría. Y, una vez que uno se habitúa a las herramientas y sabe utilizarlas con soltura, se dará cuenta de que lo que se puede hacer con ellas va más allá de simples manualidades:

«En sus aspectos más básicos, estamos hablando de una simple técnica, pero ¿estamos o no de acuerdo en que las habilidades más básicas pueden dar frutos que superen todas las expectativas? Hemos hablado de herramientas y carpintería, de palabras de estilo… pero a medida que progresemos, convendrá tener presente que también hablamos de magia.»

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Escribir un libro pulp (5): Prueba de imprenta

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Llueve. Ya iba siendo hora, según algunos. Las lluvias en esta parte del globo se han atrasado, respecto a otros años, a causa del cambio climático, o eso dicen los penquistas.

Llaman por teléfono. Es Janise, de la imprenta. Dice que ya tienen la prueba de imprenta de Negra, fría, dura y en tu boca, que pase a echarle un vistazo y a darle el visto bueno.

No me apetece salir a la calle, pero tardo menos de dos minutos en calzarme las botas, la gorra y el abrigo. Caen chuzos de punta y mi paraguas se revela como un chisme inútil ante cada nueva ráfaga de viento. Llego empapado a la imprenta, pero llego.

El resultado es éste:

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Experimento ese revoltijo de sensaciones que sobrevienen con la paternidad: Como si alguien te pellizcara las tripas y te las retorciera. Como darte una ducha bajo una catarata de miedos y esperanzas.

Al rato, mi pareja llega a casa y, como si hubiera presentido lo ocurrido, con una botella de vino bajo el brazo. Hora de celebrar. Hemos perdido la costumbre de celebrar las pequeñas victorias del día a día. Hay que celebrar cada pulso ganado a la muerte y éste lo es. ¡Celebremos! ¡Salud!

Le saco una foto a la botella junto al libro, sólo porque es un carménère «Los asesinos» y porque la cara de Émile Dubois y las manchas de vino/sangre hacen juego con los relatos: La perfecta combinación criminal de la noche.

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Postdata: En esta misma línea pulp, los compañeros de Vinalia Trippers acaban de publicar el número 12 de su fanzine. Spanish Quinqui se titula la criatura y tiene pinta de merecer mucho la pena. Literatura subterránea a cargo de Jose Ángel Barrueco, Patxi Irurzun, Pepe Pereza, Mario Crespo, Vicente Muñoz Álvarez y otros tantos representantes contemporáneos del género en España.

Escribir un libro pulp (4): Portada

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Comparto con vosotros la que será la portada de mi libro de relatos pulp.

Bajo el título de «Negra, fría, dura y en tu boca» recopilo cinco relatos bizarros, violentos y humorísticos, cuyo telón de fondo es esta época de crisis económica, aunque circundando a ésta hagan su aparición otro tipo de crisis: personales, de valores, etc.

Ochenta páginas de puro pulp. Un subgénero narrativo que no goza de demasiado prestigio, pero del que quería valerme para hablar de ciertos temas… Y para divertirme mientras lo escribía, qué narices.

La imagen de portada hace referencia a un relato («Cucarachas») que no forma parte de este libro, pero que si no se me cruzan los cables y decido otra cosa, formará parte de «Negra, fría, dura y en tu boca 2». Una segunda tanda de sangre, miserias y humor negro, para la que ya tengo algunos relatos escritos y otros en mente.

«Negra, fría, dura y en tu boca» ya está cociéndose en la imprenta y verá la luz aquí, en Concepción (Chile). Así que ahora ando buscando lugares para presentarla.

De momento, tenemos programada una presentación en el centro autogestionado de Del Aire Artería, de la que daré más detalles en unos días.

Deseadme suerte. Aunque como diría Ladino, el protagonista de una de las historias, sobre la suerte: ¿Quién puede fiarse de esa zorra?

Tak!

Escribir un libro pulp (3): Hora de maquetar

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Siguiendo con este especial Cómo escribir un libro pulp y tras terminar de pulir el material en crudo, pasamos al momento de la maquetación.

No me considero un experto en la materia, si bien es cierto que, en la época en que estuve trabajando para la revista Entrelíneas, además de redactar, diseñar la publicidad y hacer de hombre-carpeta, también hice mis pinitos como maquetador. No eran las mejores maquetaciones que pueda lucir una publicación seria, pero le ponía empeño, me gustaba lo que de creativo tenía aquello y me gustaba experimentar con la disposición de texto e imágenes.

En aquel tiempo maquetábamos con Indesign CS3 que, para la época, era de lo mejorcito que podías usar para montar una revista.

Sin embargo, para este libro de relatos del que pronto os revelaré el título y la portada definitiva he empleado Scribus.

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Scribus es un software libre de maquetación bastante sencillo de usar y que además cuenta con bastantes guías a un tiro de piedra de buscador. En enero de 2013 salió la versión 1.4.2, que es la que he usado yo. Cualquier duda que tengas sobre cómo crear páginas maestras, insertar texto o numerar páginas lo puedes resolver por medio de manuales tan completos como éste.

Para la maquetación de este libro he escogido la tipografía Minion Pro, un tipo de fuente que suelen utilizar algunas editoriales de narrativa para sus textos. Alargada y de ángulos cortos. Con serifa. Tiene estilo y es muy de libro. Es la que podéis ver encabezando este post.

Me está gustando estar «encima» de todo el proceso. Aunque eso conlleve darle mil vueltas a la búsqueda de erratas, al tamaño de los márgenes o a cuántas palabras debe haber por línea…

Las ochenta páginas que componen el libro se las he pasado a una editorial de libros digitales (previo registro intelectual de los textos) con la que creo que podría encajar, tanto por temática como por extensión. Esperaré a ver si llega una respuesta positiva y, si no, siempre nos quedará Amazon para la versión ebook.

Hace poco me enteré de la existencia de una nueva plataforma para la maquetación de libros digitales. Su nombre es Papyrus y es una nueva solución para los amantes del háztelo tú mismo editorial.

No sé qué tal resultará, habrá que investigarla. De momento, la dejo para quien tenga tiempo para indagar y a quien le pueda servir. No obstante, siempre es recomendable contar con los servicios de un maquetador profesional, como estas colegas que son cojonudas en lo suyo.

Para aquellos que seguís Resaca de Pisco, decir que llevo dos semanas sin actualizar, pero es que he estado totalmente centrado en acabar este libro y en renovar los papeles para que no me echen de Chile, al menos durante los próximos tres meses. No hay excusas. Pronto, un nuevo capítulo que ya tengo en mente. Sólo que hay sentarse y teclear.

De momento, eso es todo.
Pronto, la portada.

La contra: Incultos y orgullosos

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Inicio una nueva sección de este blog que he decidido llamar «La contra». En ella voy a reinterpretar la información aportada por algún artículo o noticia que encuentre por la red y que me haga rechinar dientes. No sé si la sección tendrá continuidad. Las entregas (de haberlas) serán irregulares. Pero qué más da. Todo es por llevar la contra a titulares como éste:

«Sí, soy un inculto, pero gano mucho más que tú. ¿Qué pasa? ¿Eh?» (Recomiendo leer el artículo)

Es una imagen realmente triste la de un tipo alegando que no le importa ser un inculto porque tiene pasta. Triste, triste. No tengo nada en contra de la ignorancia. Yo soy bastante ignorante en cantidad de temas distintos. Lo que realmente me entristece es la falta de interés, la falta de curiosidad. Quien pronuncia estas palabras está apagado. Off. No quiere saber más. Tiene sus billetes crujientes y puede contarlos: 1… 2…

Ok. Todo el mundo sabe que en España no se lee una mierda y que todo lo «cultural» al ciudadano medio se la repampinfla. Es el espíritu de nuestro tiempo. Es la herencia que nos dejaron aquellos reyes absolutistas que quisieron mantener a raya las aspiraciones culturales de su reino de paletos. Nadie ha hecho nada para evitarlo. A día de hoy, los planes de estudio de los colegios no motivan a nadie en ese sentido. La cultura no es rentable, luego no se financia. Nuestro talento creativo se pudre en nuestro interior a falta de estímulos. Insisto, nadie ha hecho nada para evitarlo. En una cadena sale un grupo de tipos envalentonados defendiendo que desangrar a un toro a banderillazos es cultura. En otro canal, la cámara enfoca a los problemas existenciales de una post-adolescente que sería capaz de mearse encima de las obras completas de Faulkner si el programa le pagara lo suficiente. Nos han bombardeado con toda clase de mierda superficial y hueca, ¿qué esperan? ¿Que cuando el chaval del coche tuneado salga de echar doce horas en una fábrica se vaya a su casa a leer a Camus y a escuchar a Stravinsky? ¿En qué clase de mundo utópico y absurdo iba a pasar eso?

¿Desde cuándo la obviedad da para un reportaje? Siempre ha habido gente a la que la cultura se la ha traído al pairo. Gente de clase alta, media y baja. ¿De verdad es necesario mostrar la gilipollez humana en toda su crudeza? Me gusta especialmente esta perla del dueño de un bar: “Yo esos de los libros, a los que van de culturales, me descojono. Llevo diez años con el negocio y no he visto ni uno que tenga para pagarse los cafés”. ¡Claro que sí, joder! ¡A boca llena! ¡Id a chuparle la sangre a otro! Jajaja ja ja… ja. A ver, pedazo de ceporro, lo primero es que no ha habido un puñetero escritor en la historia de la literatura que tuviera para pagarse un café diario. Respeta eso, maldito intolerante. Es parte de nuestra idiosincrasia. No quiero criticarte. Lo digo en tono constructivo: Lee a Céline, a Bukowski, a Henry Miller, a Fante, a McCarthy, a Bolaño… No eran ascetas, pero todos aprendieron a pegar dentelladas a la vida y a sobrevivir. Sus historias son relatos fascinantes reproducidos en negro sobre blanco en las páginas que mecanografiaron mientras el estómago les rugía o se fumaban el último cigarrillo. Auténticas historias de supervivencia. Al fin y al cabo, el café sólo es café, pero una buena historia es una buena historia.

El rechinar de dientes se convierte en un «serrar de dientes»: Según el reportaje de El confidencial, hay quien alega que la cultura no es atractiva porque «hace pensar y porque incomoda«. Tócate los huevos. Según estas declaraciones, nos enfrentamos a gente que se opone a usar su propio cerebro, aún teniendo las facultades biológicas para hacerlo. ¿Cómo respondes tú a esto? …Se me ocurre una manera, una así, más propia de Hollywood, que a lo mejor resulta más atractiva para el gran público:

Imagina que soy un negro calvo de dos metros con una chupa de cuero hasta los tobillos. Imagina que te explico que vives en «Matrix» y que «Matrix» no son más que todos esos mensajes conservadores, envueltos en formato audiovisual o impreso que, de un modo u otro, te insertan en la cabeza. Imagina que «Matrix» te condiciona y te modela, como si fueras un pedazo de barro bailando en un torno. Vivir en «Matrix» es muy cómodo ya que te dicen cómo vestir, comportarte o pensar acerca de temas trascendentales como… Bah, da igual. No te aportan nada transcendental en lo que pensar. Ahora, imagina que te ofrezco una pastilla roja. La pastilla roja es cultura. La pastilla roja puede causarte ligeras molestias, porque no usa el mismo discurso que «Matrix». Ni tiene el mismo mensaje. Es dulce y amarga. La pastilla roja te dice quién eres, «Matrix» te dice quién debes ser. La pastilla roja busca sacudirte de adentro afuera, no anestesiarte. «Matrix» es soma. La cultura, anfetamina.

La cultura no va a morir, como sugiere de algún modo el reportaje. En todo caso se transformará. Se ha ido transformando desde que vivíamos en cavernas y ha conocido todas las épocas, porque la cultura es nuestro reflejo. Segregamos cultura de manera inevitable. La muestra está en que músicos, pintores, escritores de todas las épocas han llevado a cabo su labor, aún cuando no recibían un céntimo por ello. Al final, no sé si el efecto causado por el artículo es una crítica o es un favor que le hacen al sistema que nos quiere idiotas.

Llevándole la contra al titular del reportaje:
«Sí, no tengo un duro. Pero he vivido más vidas, he disfrutado mejor música y he tenido sueños más fascinantes que los tuyos.

Poesía de Guerrilla (versos contra el ‘establishment’ de tu mente)


Empecé a escribir «Poesía de Guerrilla» lleno de ira y desencanto. Empecé a escribir «Poesía de Guerrilla» después de escupir junto a Boris Vian; mientras releía a Vicente Aleixandre y a Nicanor Parra; mientras descubría a Sylvia Plath, a John Cooper Clarke y a Raúl Nuñez; mientras volvía a releer a Miguel Hernández, a Blas de Otero y a cummings. Empecé «Poesía de Guerrilla» manchado de los versos de Gsús Bonilla, Deborah Vuküsic, Xaime Noguerol, Sergi Puertas, Joseda Espejo, Joaquín Piqueras o Batania.

Seguí escribiendo «Poesía de Guerrilla» al empezar la spanish revolution y mis versos también quedaron manchados de la sangre y los moratones producidos por la policía del Estado que, a su vez, eran mostrados en abierto por los mass media.

Este libro se convirtió, de este modo, en una especie de autoaprendizaje poético y vital: «Aprende a bailar la danza de la vida…» me dio por decirme a mí mismo, en algún que otro poema.

Éste es un libro con 32 poesías (en origen eran unas 40, pero la revisión final se llevó algunas por delante), una moraleja final, dos prólogos y un epílogo (a cargo, respectivamente, de José Daniel Espejo, Abel Aparicio y Esteban Gutierrez Gómez, a quienes estoy realmente agradecido).

La Revista Groenlandia, por medio de su directora infatigable Ana Patricia Moya, pensó que sería buena idea que este libro formara parte de su colección y, he aquí que, tras casi un año de espera, «Poesía de Guerrilla» llega a vuestras pantallas en edición digital, para que no existan trabas para su lectura, para que se propague y viaje libre saltando de mente en mente de aquellos que quieran asomarse a este abismo.

Ahora, releo mi propia obra y pienso que la poesía que escribo actualmente se ha relajado un poco, en pro del pellizco emocional, de la búsqueda del hecho puramente poético en lo cotidiano, y en detrimento de la crítica social o del enfrentamiento mental con el establishment.

Pero estos son mis orígenes más puros y, desde aquí, los reivindico y os invito a todos a luchar.

A luchar contra la métrica que alguien o algo estableció, valiéndose de la desidia, dentro de nuestras cabezas.

«Poesía de guerrilla», próximamente en tu pantalla


A la espera de que Ana Patricia Moya (la directora) y el resto del equipo de la Revista Groenlandia subsane los contratiempos burocráticos de costumbre (funcionarios a los que les cuesta soltar un depósito legal y tal), os enseño un poquito de chicha, del que será mi primer poemario publicado (on line) bajo el sello Groenlandia.

Ésta es la portada con la que saldrán publicados un buen saco de versos de temática social que terminé de escribir el pasado año y que he vuelto a revisar en las últimas semanas.

A los que me conocéis en lo personal quizá os sorprenda lo agresivo de la imagen de portada, (sobre todo, porque soy antibélico por naturaleza). Pero, ¿qué queréis que os diga? Es mi portada, mi poemario y a mí me gusta.

Además, siempre hace ilusión que otro ilustre tus textos. Más aún si las tintas se deben al arte de Óscar Cardeñosa.

Esta portada me recuerda al discurso de Caracas de Bolaño, donde el chileno explica por qué Cervantes, en la lucha imaginaria entre la figura del poeta y la del soldado, equilibraba la balanza en favor del segundo: Porque quería que prevaleciera el entusiasmo del joven que defiende una causa, frente al romanticismo nostálgico de quien ya sólo puede sostener la pluma para ejercer la pataleta literaria.

Eso es «Poesía de guerrilla». Una pataleta, aunque también una causa. Justa, interna, literaria. Una causa al fin y al cabo.

En mitad de todo este «activismo», la semana pasada tuve la suerte de poder ofrecer un recital íntimo (y digo íntimo porque casi todos los que allí se congregaban eran colegas y conocidos) en el café de Los Olmos de mi patria chica.

Valga esta imagen como prueba de que me dejaron hablarles de amor, sexo y capitalismo, sin arrojarme nada encima. Una grata experiencia, la verdad. Todo gracias a Julio, el dueño, que está llevando una impagable labor de propagación de la poesía con sus recitales de los martes.

He dicho.
Ahora, a esperar el libro.

Día mundial del Arma de Reflexión Masiva


«¿Por qué habrán hecho pájaros tan delicados y tan finos como esas golondrinas de mar cuando el océano es capaz de tanta crueldad?»
(El viejo y el mar. Ernest Hemingway)

Hará una década o más, banqueros de todo el mundo lanzaron sus redes de hipotecas al océano de la economía. Entusiasmados, comprobarían cómo la codicia (debilidad humana donde las haya) impulsaba a los propios peces a picar el anzuelo. Años después, estos banqueros/pescadores decidieron recoger sus arreos y a nosotros -pececillos de agua dulce- con ellos.

A este fenómeno se le llamó «burbuja» en primer lugar. Luego la burbuja hizo «boom» y pasó a denominarse «recesión». A la recesión la sucedió la «crisis». Y de ahí, a esta situación que ya dura cuatro años, que carece de solución aparente y que la gente ya no sabe cómo llamar, aunque algunos se refieren a ella como la «cosa». Sí, ya sabes. Esa «cosa» que está muy mal, jodida y chunga.

La «cosa» es una criatura hambrienta que devora economías. La «cosa» está digiriendo a Grecia y, aún cuando le provoca ardor de estómago, tiene la mirada babeante puesta en otros países del Mediterráneo. A la «cosa» la alimentan los banqueros/pescadores, bajo la indiferente mirada de esos guardias costeros corruptos, que son nuestros representantes políticos.

El caso es que la «cosa», no contenta con deglutir la comida para peces, se ha pasado a una dieta de recortes… ¡Ponte un plato de recortes… sociales!

-Pero, ¿no ibas a hablar del día del libro?
-Sí, paciencia. Estoy sentando precedentes. Voy a ello…

…Esos recortes, por supuesto, han llegado hasta el mundo de la Cultura (aunque, como es normal, estos hayan quedado en segundo plano, frente a la sangría acometida en Sanidad, Educación, Investigación…).

Resulta especialmente significativo para mí que en Murcia (comunidad donde resido) se haya metido la tijera, como se ha hecho, en el sector de las bibliotecas públicas. Llegando al punto de cerrar algunas de ellas e instaurar servicios mínimos. La biblioteca es el símbolo de la cultura universal. El sancta sanctorum del conocimiento. ¿Exagero? Yo creo que no.

Pese a que en tiempos de Internet no sea tan valorada, la biblioteca ha sido el lugar de referencia de escritores, estudiosos, filósofos, científicos y vagabundos. Los movimientos sobre el tablero de ajedrez político, a veces, son más que hechos: son símbolos. Cerrar un colegio es un atentado a la educación de tus hijos. Cerrar un hospital es un atentado contra tu salud. Cerrar una biblioteca es el atentado a tu posibilidad de acceso gratuito a ese producto del ingenio humano, que llamamos cultura.

«La vieja Biblioteca Pública de Los Angeles muy probablemente evitó que me convirtiera en un suicida, un ladrón de bancos, un tipo que pega a su mujer, un carnicero o un motorista de la policía y, aunque reconozco que puede que alguno sea estupendo, gracias a mi buena suerte y al camino que tenía que recorrer, aquella biblioteca estaba allí cuando yo era joven y buscaba algo a lo que aferrarme y no parecía que hubiera mucho.»
(The burning of the dream. Charles Bukowski)

No hace mucho que alguien me dijo que si se desdeña la literatura es por un asunto puramente político: «Los libros pueden contener ideas peligrosas para el Sistema». Y es cierto. Vemos cómo desde los grandes medios nos sacuden con cultura frívola y banal. Escasea la buena música en las radiofórmulas. No se financia el buen cine. Y se mira de reojo al que tiene algún afán lector. Eso sí, por pura cuestión estilística y de moda, se exaltan las gafas de pasta… sin cristal.

Es un mundo extraño. No hay duda.

Por eso, porque ahora estamos en la «post-crisis» y la gente se amolda a este nuevo océano de peces en las raspas, pero con un hambre de ballenas, aplaudo una tras otra las iniciativas de guerrilla que surgen día a día para mantener viva la cultura: Desde las bibliotecas instaladas en cada plaza tomada por el movimiento 15M durante las acampadas, a las iniciativas de intercambio de libros. De los encuentros de poesía social a las editoriales cartoneras, surgidas tras el corralito de Argentina.

Porque, ya no es que éstas sean nuestras armas. Son las semillas de las que disponemos para cultivar (cultura = cultivo) un nuevo mundo.

Actualización (12:18 p.m.)

Mientras en Murcia y Cáceres se lleva a cabo una pegada masiva de poemas en las lunas de los coches (en Cáceres con poemas de autores murcianos y viceversa), un grupo de «activistas» por las bibliotecas públicas parecen haber secuestrado 500 ejemplares de la biblioteca «José Saramago» de Murcia, en represalia por las condiciones en las que persisten estos centros.

Más información, aquí.

La «Teoría de la morcilla» y otros aspectos culinarios de la literatura



Puede que alguna vez hayas oído hablar de la Teoría de la Morcilla en literatura. Para los que no la conozcan, la Teoría de la Morcilla sentencia que un buen texto literario debe ser como una morcilla: debe estar bien atado al principio y al final, y lo jugoso debe incluirse en medio.

Así de sencilla y ejemplificadora es esta idea. De modo que, puede afirmarse que toda obra bien atada entre principio y final y con jugo en su parte central es una «morcilla».

Dándole vueltas a esta idea, he llegado a la conclusión de que el vasto campo de la literatura está necesitado de más acepciones de corte alimenticio, ya que éstas son susceptibles de definir varios de los géneros y tipos de obras existentes.

De modo que me propongo acuñar unas cuantas que listaré a continuación (absteneos críticos y filólogos de emplear ninguna sin mi consentimiento Creative Commons; tal y como andan las cosas con la Ley Sinde, tengo todas las de ganar en una batalla legal por mis derechos sobre las mismas):


– La «cebolla»
: Dícese de aquellos libros lacrimógenos. Aplíquese a toda aquella obra que nos invite al llanto sentimentaloide o a la depresión más profunda. Hay cientos de páginas así, cada una en su estilo, en autores como Danielle Steel, V.C. Andrews y algún libro de Milán Kundera.

– El «picante»: Ya sabes, todas esas historias guarrillas, que antiguamente se leían a escondidas y con una sola mano.
Como en el caso anterior, la lista es amplia y el espectro variado: Dominique Aury, Nabokov, Almudena Grandes, Henry Miller…

– El «púdin»: Esta denominación abarcaría todas aquellas obras bestsellerianas, aptas para el periodo veraniego, que muchos se animan a deglutir por lo edulcorado de sus tramas. También llamadas así porque suelen echarse a temblar ante la cuchara de un crítico. Dan Brown(ie) y Michael Crichton son dos ejemplos facilones de grandes autores de «púdins».

– La «nocilla»: Dícese de una generación de escritores, inventada por ellos mismos y bautizada de tal forma, a raíz de la aparición de la obra «Nocilla Dream». Las obras «nocilla» se caracterizan (aunque sigo sin tenerlo demasiado claro) por una ruptura con la estructura clásica, un uso desaforado de la fragmentación y la intercalación de elementos pop con lenguaje html. La viuda de Borges (cómo no) terminó en pleitos contra uno de sus máximos representantes.

– El «chorizo»: Las obras «chorizo» poséen una gran particularidad: Quienes dicen ser sus autores, no lo son en absoluto. Ejemplos representativos de estas obras, podríamos encontrarlos en Ana Rosa Quintana, algunos capítulos de «La Celestina» de Fernando de Rojas y, según cuentan las malas lenguas, ese «Perfume» de Patrick Süskind que, insisto, según algunos, apesta a plagio.

– La «paella»: ¿Existe la literatura para mujeres? Mucha gente opina que no existe tal distinción, pero yo opino que sí. Y, con este juego de palabras tan ocurrente, le aplico el término de literatura «paella».

– El «esperma de ballena»: Bajo esta denominación se encuentran todas aquellas obras que resultan intragables para un sector del público, mientras que para un selecto grupo son poco menos que una delicatessen. Sí, las obras de Faulkner, entre otros, entrarían a formar parte de este grupo.

-El «bocadillo de atún»: Pim, pam, pum… ¡bocadillo de atún! Aquí se encuadran todos aquellos frutos del talento literario que se resuelven de un modo tan sencillo, pero tan cáustico… Tan deus ex machina, que la primera sensación al acabarlos es la de que te han tangado. Suelen provocar que no vuelvas a dirigirle la palabra a tu librero de confianza.

– La «ensaladilla rusa»: Término que puede ser empleado por todos aquellos que pretenden dárselas de finos, admitiendo en reuniones sociales que han leído a los rusos (Tolstói, Pushkin, Dostoievski, Chéjov…), pero sin tener ni puta idea de quién escribió «Crimen y castigo» y quién «Guerra y paz».
Con este sencillo término, podremos presumir delante de los amigos cultos sin despeinarnos: Sí, ya sabes, ahora estoy leyendo toda esa «ensaladilla rusa»… Son realmente buenos los comunistas soviéticos estos.

– El «pimiento» (también llamado «comino»): ¿Sabes estos libros que los lees y no vuelves a acordarte de ellos en toda tu vida? No te tocan la más mínima fibra. Eres el mismo antes y después de su lectura. Simplemente, aprecias un lapso de tiempo que ha desaparecido. El término «pimiento» (o «comino») resume el valor y la importancia que dichos textos tienen para sus lectores.

– El «pimiento de Padrón»: Sin tener un parecido real con la acepción anterior, el «pimiento de Padrón» tiene muchas posibilidades de acabar siendo literatura «pimiento» a secas. El «pimiento de Padrón» es toda aquella obra seleccionada y adquirida con prisas y llevado por el impulso de su maravillosa ilustración de portada. También, es el resultado del daño que «El círculo de lectores» ha originado durante años a los adeptos a las letras. Como bien indica su nombre, un libro «pimiento de Padrón» es una suerte de lotería, con la que corremos el riesgo de picarnos y engancharnos… o no.

– El «pastel de chocolate»: Son esos libros tan tan azucarados… pero tan tan tan azucarados… Tanto, que de darnos un atracón de estos, posiblemente acabemos indigestándonos. Conozco algunos ejemplos, aunque paso de listarlos (se me seca la boca, sólo de pensarlo). En algunos ejemplos de literatura juvenil encontramos grandes «pasteles de chocolate».

– El «SOS»: Sí, como el arroz. No hay mucho que decir de estas obras, simplemente que por muchos años que transcurran, nunca se pasan. Son aquellos que vulgarmente se conocen como «clásicos». Si hay que citar uno, sucede como cuando te piden que pienses en una fruta y tú dices «manzana». Hummm… ¡»El Quijote»!

– El «caldo con pelotas»: Esta acepción debe usarse para referirse a aquellos libros que, mientras los leemos, nos da por pensar cómo su autor tuvo las pelotas de escribir aquello. Los autores bajo el efecto de las drogas proliferan en este sentido. ¿Ejemplos? No sabría decirte, hay de todo: Burroughs, Boris Vian, Houllebecq, el Conde de Lautréamont… o, ya puestos, el «Mein Kampf».

– El «polvorón»: Piensa en esos libros que te han regalado en ocasiones como navidades, cumpleaños, el día de San Jordi… y que han terminado sus días formando parte del mobiliario, sin que llegues siquiera a catarlos. Tienen en común con los polvorones la cantidad de años y polvo que pueden llegar a acumular en un armario. Todos tenemos algo de literatura «polvorón» en casa, no digas que no…

– Las «habichuelas con chorizo»: Fácil. Considera todas esas obras de las que todo el mundo va «echando pestes», muchas veces sin haberlas leído. En el espectro de libros «habichuelas con chorizo» están todos aquellos personajes televisivos que insisten en chupar cámara en programas basura y que, a través de su fama, pretenden lucrarse y abrirse un hueco en el mundo de la… ¿literatura?

– El «sandwich de cangrejo empaquetado»: Éste es un caso curioso. Y creo haber determinado tres casos diferentes en que incurrimos en adquirir libros «sandwich de cangrejo empaquetado»: 1) Cuando acudes a la presentación del libro de un colega y no te quedan más narices que comprarlo. 2) Cuando en el instituto te obligan a leer un «sandwich…» para aprobar Lengua y Literatura. 3) Cuando quieres leer algo y únicamente dispones de un título o dos a mano. En cualquier caso, un «sandwich de cangrejo empaquetado» es cualquier libro que adquieres o lees por narices, porque no tienes más opciones. Como cuando tienes hambre y acudes a una máquina expendedora y… ¡Oh, no! ¡Sólo hay sandwichs! ¡Y son de cangrejo! Pues eso.

– El «fuá»: Concluyo el listado de las nuevas acepciones literario-culinarias, con un término ambiguo, aunque rotundo. El «fuá» es aplicable a obras de muy distinto calibre y sólo puede ser designado a la postre de haber leído el libro en cuestión.
«Fuá» es el término apropiado para indicar que, tras la última página de un libro, éste nos ha entusiasmado. O bien, que éste nos ha provocado unas ganas irreprimibles de asesinar al autor. La diferencia estriba en el tono que se aplique al entonar el «fuá».

Bon appétit!