…Y no me refiero a desvalijarle la cartera a un pobre diablo que se desangra en el suelo, tras haberle metido dos navajazos. No.
Me estoy refiriendo a un tema de recurrente disputa entre algunas de mis amistades, defensores a ultranza de los derechos de autor y yo.
Hablo de descargas ilegales. Piratería. La «cultura del todo gratis» con la que -cínicamente- se llenan la boca los promotores de Leyes Sinde…
…O como prefiero llamarlo yo: el libre acceso a la cultura. Un término mucho más «real», bajo mi punto de vista.
En realidad, da igual cuántos términos peyorativos empléen los Ministerios de Incultura o cuántos discos de top manta incautados se quemen o las declaraciones de estrellas pop indignadas en televisión o lo que dicte la corrección política en estirados artículos de suplemento cultural.
El libre acceso a la cultura va a seguir existiendo. Les guste o no.
En mi opinión (humilde, estúpida, pero mi opinión, al fin y al cabo) el trasfondo del problema es anterior y tiene su origen en nuestra idea de «posesión«: MIS derechos de autor, MI libro (¿Recuerdan aquella famosa frase de Umbral?), MI disco, MI película, MI negocio… El capitalismo se nos inoculó hace tiempo y ahora sufrimos las fiebres. El individualismo y la insolidaridad es el cáncer que todos hemos desarrollado a consecuencia de esto.
Un mensaje para todos los creadores del mundo: Sin un público, tu obra no vale NADA. Te la puedes comer con patatas para cenar.
No sé si veis el punto al que quiero dirigirme: ¿Imagináis a Pasteur frotándose las manos, al calcular lo que iba a cobrar por la patente de la penicilina, mientras investigaba? ¿O a Newton babeando al pensar los royalties que le iban a quedar tras vender su Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica?
A día de hoy, gran cantidad de creadores (y todo hay que decirlo: tratando de impactar en el menor tiempo posible, sin apenas detenerse a evaluar críticamente la calidad de lo que están haciendo) pretenden lanzar al mundo su gran «obra maestra» y QUE LES PAGUEN POR LO QUE ES SUYO. Sus cojones ahí.
¿De dónde narices proviene esta locura?
Siempre han existido creadores que han dedicado tiempo y esfuerzo a la creación de sus obras y, alguno, tras años de esfuerzo, incluso esperaba cobrar por ello. Pero, ¿a qué viene la prisa actual?
Tal vez, esta nueva tendencia se deba al avasallamiento informativo de la red. O a la crisis, que nos deja demasiado tiempo para pensar poco. La posibilidad de no desapegarnos ni un minuto de internet y echar un vistazo a «nuestra vida real». O a las tablets y los iPads. El microblogging. El hipertexto. La mensajería instantánea. Los horarios del metro. Los portales de noticias. «Lea ahora este post sobre cómo hacer meditación transcendental en dos minutos». Las eternas esperas en la cola del súper. «Respire». «Ahora no puedo, tengo que hacer…». «Olvídese del Yo». Las descargas a 180 kbs por segundo. Las sesiones de sexo en diez minutos. «Concéntrese»… Imposible.
Igual no se percibe a simple vista, pero la relación está ahí. Nuestra psique de occidentales, educados, tecnológicos y de ex clase media, ha estado habituándose a obtener una satisfacción casi inmediata a los problemas o deseos que se nos planteaban… Pero no es así como funciona esto.
-Eric, eres un rollero y un hipócrita. ¿Estás queriendo decir que la gente no tiene derecho a crear sus propias obras y a ganarse la vida de esta manera?
Para nada. Yo no he dicho eso. Digo que la pasión es lo primero y el bussiness, en caso de llegar, viene después. Aquí el orden de los factores SÍ altera el producto.
Convendría matizar unos cuantos puntos o decir unas cuantas verdades:
-Lo que realmente da de comer a un músico son los conciertos, no tan así, la venta de los discos, ya que quienes verdaderamente se lucran por medio de estos son las discográficas. Meros intermediarios, en una época en la que cada vez más, sobran los intermediarios.
-En el caso del cine y la literatura, la cosa se complica. A día de hoy se prueban distintas fórmulas: Véase lo llevado a cabo por Paco León con su «Carmina o revienta» o las iniciativas tipo Amazon, entre decenas más, que se están llevando a cabo en el mundo editorial y que también ponen en contacto al creador, de un modo directo, con el público.
-El formato físico de todo lo que se puede digitalizar (música, cine y literatura) debe ser considerado un lujo innecesario. Tanto a nivel económico, como a nivel ecológico. Si lo que realmente importa es el disfrute de una obra, ¿qué más da poseer el cd, el dvd o el libro impreso? Si alguien quiere disponer de esto, es lícito: que lo pague. Pero como un objeto de culto, como quien compra un vinilo.
-A razón del punto anterior, podríamos añadir que la producción en serie ha ido perdiendo su valor. Ya no nos vale un DVD en cajetilla de plástico con portada y ya, porque eso es casi lo mismo que tener la película descargada en tu disco duro. Se hace necesario un regreso a «lo artesanal», lo no estandarizado, la personalización hacia el público, o bien «el valor añadido».
Entonces… ¿De qué estamos hablando? ¿De querer o de poder?
A mí, los lloriqueos de los creadores que temen que la piratería mate a la cultura me ponen realmente nervioso. Como dijo Aníbal a sus tropas: «Si no hay un camino, lo crearemos».
Ésa es la actitud.
Volviendo al tema original de este post, que ya me he ido por los cerros de los Andes:
Lo voy a decir abiertamente: Me encanta descargar libros de autores muertos.
-¡Hala, lo que ha dicho éste!
Espera, espera… Lo voy a decir otra vez: Me hace cosquillas la barriga del gusto cuando descargo libros de escritores muertos. ¿Por qué? Porque los libros son caros y yo tengo hambre de lectura. En Chile, -donde tienen uno de los impuestos al libro más altos del mundo, son jodidamente caros-. El otro día, un librero me ofrecía, en una feria del libro usado, una novela de hojas amarillentas y prácticamente desencuadernada de Manuel Rojas, al «módico» precio de 18 euros. «Es que es quinta edición», me dijo, excusándose. ¿Sabéis lo que hice? Me fui para casa y me lo descargué directamente de una web que guardo en «Mis favoritos» para estos casos.
Lo siento, descendientes de escritores muertos, no tengo escrúpulos a la hora de descargar las obras de vuestros padres, abuelos o tatarabuelos. Respeto a los vivos. De los escritores vivos siempre trato o bien de comprar el libro o (en caso de estar a dos velas) de sacar el libro de una biblioteca. Porque se ha pagado previamente por ese libro para que tengamos… ¿Qué? Exacto: Un libre acceso a la cultura.
Los vivos tienen que comer y «sacrifican» una vida cómoda entre comillas a la tarea de encomendarse a su literatura, pero ¿qué excusa tiene su prole? La herencia de derechos es otro invento moderno, no imprescindible. Éste no es un mundo perfecto, si por mí fuera, nadie tendría que levantarse a las 7 para ir a una fábrica a trabajar y a soportar a un patrón estúpido.
Al único escritor muerto al que respeto, -todo hay que decirlo- es a Bolaño, por simpatía, por ser un «grande» y porque falleció hace relativamente poco, dejando a su pareja viuda y a su hijo Lautaro, huérfano.
Mi sueño es el mismo que el de los antiguos bibliotecarios de Alejandría, Borges, H.G. Wells, Paul Otlet o Lucien, el personaje de Neil Gaiman, que regenta la biblioteca de todos los libros escritos y que nunca se escribieron. Llamadlo «todo gratis», llamadlo «piratería».
Pero si insistís en eso, mal que me pese, acabaréis llamándome cliente y no lector. Así que cuando tu «producto» sea una mierda y no me satisfaga… ¿podré reclamar que me devuelvan mi dinero?