Mi propio fin del mundo

findelmundo
Me quito la gorra que me mantiene a las musas calientes y me coloco el casco de serpiente emplumada de dios maya cabreado. Puedo hacerlo. De hecho, estoy haciéndolo. Los ojos en blanco, mientras mis dedos en trance dictan sobre el teclado mi apocalíptica sentencia:
¡Se os acabó el tiempo, capullos! ¡No llegaréis al sorteo de navidad!

En mi fin del mundo no hay asteroides que impactan, ni tsunamis, ni sobrecalentamiento del sol, ni invierno nuclear, ni plagas zombies, ni invasiones reptilianas, ni muertos andando sobre la tierra, ni la puta de Babilonia zorreando por las esquinas…

Este apocalipsis será mucho peor.

Comenzará el viernes por la mañana, de un modo totalmente anodino. Aparentemente, no estará sucediendo nada extraordinario, pero la naturaleza empezará a sacar la basura sobre las 11:15 am (hora de Maastricht).

A esa hora exacta, desde los esófagos de todos y cada uno de los jerifaltes, relacionados de algún modo con la explotación indiscriminada de recursos naturales, comenzará a resonar el eco de un hipo salvaje:

hip… Hip… HIP…

Doce minutos más tarde, todos -absolutamente todos- habrán muerto de asfixia, producida por obstrucción en las vías respiratorias.

Así, como os lo cuento: totalmente deus ex machina. Como el final de El incidente. (Para un final más creíble, véase Versión de pago de esta historia)

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Como se da el caso de que a la naturaleza, además, le pone mazo lo de la ironía, la última imagen que quedará grabada en la retina de cada asfixiado homófobo será ver cómo alguien de su mismo sexo rodea sus labios con los propios para practicarle el boca a boca. Algo parecido ocurrirá entre ahogados xenófobos y personas de color, entre creacionistas y evolucionistas y suma y sigue. La paradoja definitiva: No querer morir, ni que te salven.

A partir de aquí, el escenario variará un poco. Realmente, en esta trama, tiene sentido que la naturaleza se lleve por delante a aquellos que la acechan a gran escala, pero ¿qué hay de quienes nos hicieron daño a nosotros? Eso la naturaleza no lo entiende.

Es en este punto cuando mis dedos dictan una nueva línea del destino y el movimiento del realismo mágico, junto al título apócrifo de una novela de Bolaño acuden en mi ayuda, para socorrer mi atrofiada imaginación de los lunes: ¡Una gran tormenta de mierda, sí! ¡Mejor aún! ¡Pequeñas tormentas de mierda personales e intransferibles!

Gabo ya lo predijo en la última línea de El coronel no tiene quien le escriba: Mañana comeremos mierda.

Los hechos ocurrirán aproximadamente de este modo:

Todo empieza con redobles de tambor y trompetas in crescendo, (más que nada por darle un tono épico al asunto). Todos podrán advertir la música, que será traída por el viento, como emitida por los altavoces del parking de un centro comercial, pero con Dolby y sonido envolvente.

Mientras, en la atmósfera, comenzarán a acumularse oscuras nubes barrigonas que presagiarán el chaparrón. Aproximadamente, para las 15:13 pm (hora de Maastricht) se escuchará el primer gran trueno en las cercanías de los Campos Elíseos, que no por nada sonará como un gran retortijón intestinal amplificado.

Dicho fenómeno traerá consigo una revelación: Lo que, en principio, sonaba a trompetas serafínicas y tambores del comienzo del fin, irá adquiriendo nuevos matices, armonizándose entre sí, hasta dar como resultado una melodía similar a ésta:

Mucha gente, nacida de los 80 para atrás, se preguntará: ¿Tom Jones? ¡No me jodas! Pues sí, otro giro jodidamente sarcástico del Armagedón.

Pero todas las preocupaciones en torno a que el Apocalipsis consista en loopear al Joselito de Las Vegas por toda la eternidad, se verán disipadas con el primer goteo de nuestra tormenta de mierda que (recordemos) continuaba fraguándose en los cielos.

Ante la amenaza de lluvia, todo el mundo buscará cobijo. Ya sea bajo un puente o en el último piso de las torres Kio. No servirá de nada. Partículas gaseosas de rencor, vergüenza y culpa atravesarán las paredes como fantasmas, situándose sobre las cabezas de cada individuo y llegando a desencadenar auténticas precipitaciones de materia fecal, de un modo tal que así:

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Cabe explicar la lógica causa-efecto que se esconde tras este fenómeno:

La naturaleza (salomónica como ella sola) devolverá cada sentimiento aversivo (odio, asco, rabia, ira) provocado por cada persona concreta, en forma de lluvia de mierda. Cuanto mayor sea la aversión provocada por dicha persona, mayor será la descarga de excremento. Ahora, sólo pensad en Bush (padre e hijo), Botín, Esperanza Aguirre o Jose Luís Moreno… ¿No os dan escalofríos?

Para el viernes por la tarde, todos andaremos cubiertos de mierda (unos más que otros). Muchos acudirán desesperadamente a las iglesias, a pedir a quien quiera escucharlos que pare ya el diluvio o que alguien cambie el maldito disco de Tom Jones.

No tardaremos en distinguirnos entre los menos enmierdados y quienes están de mierda hasta arriba. Para que os hagáis una idea: Será difícil que muchos políticos puedan volver a presentarse a unas elecciones, cuando ni el Photoshop pueda disimular los pegotes y lamparones que lucirán en los carteles electorales.

A partir del 22 de diciembre, la gente comenzará a segregar por la cantidad de mierda impregnada a cada uno, en lugar de por nuestras fotos en Facebook. La noche del 22 de diciembre, Tom Jones se descerrajará un tiro en la suite de su hotel favorito de Las Vegas. En la nota de suicidio dirá: «Por favor, que alguien me pare ya».

La madrugada del 23 de diciembre, tras casi día y medio del inicio del fin del mundo, Tom Jones dejará de sonar. La lluvia de mierda, sin embargo, arreciará.

Con el tiempo nacerá una nueva tribu urbana que se enorgullecerá de su propia mierda: Los shitters o merdenarios. Estos recorrerán el país en moto, provocando escándalos, protagonizando peleas de bar y secuestrando a bonitas camareras de piernas largas. En entrevistas sucesivas, se declararán seguidores de «la filosofía de Leo Bassi y la actitud post-punk de Juan Carlos el borbónico», quien ya por entonces habrá muerto ahogado en su propia mierda.

Los platós de programas del corazón se convertirán en auténticos lodazales, donde los tertulianos podrán lanzarse mierda a la cara. Literalmente.

Un año después de estos acontecimientos, la SGAE (cubierta de mierda, como estatua ecuestre del generalísimo) demandará a la naturaleza por el uso ilícito de un tema de Tom Jones.

El juez fallará a favor de la SGAE.